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jueves, 9 de febrero de 2017

Era una vez...



Casi no sucede pero esta vez sucedió, en un lugar conocido del que no recuerdo el nombre, que los gobernantes en turno realizaron, autorizaron, una reforma que afectaba gravemente el bolsillo de los ciudadanos, y como un golpe al bolsillo duele más que la violación de los derecho individuales y la dignidad humana, la ciudadanía indignada explotó en cólera, y dijeron “ya no más”
Y por obra de la espontaneidad empezó el levantamiento, la revuelta popular (en las redes sociales por supuesto, por algún lado habría que empezar) el internet era una bomba de tiempo a punto de estallar, y se convocaron las movilizaciones en oposición a la medida traidora y vende patrias que en mala hora tomó el “Ejecutivo Federal”
Se sucedieron las marchas de repudio, una tras otra y conforme pasaba el tiempo la multitud que se manifestaba crecía, esto ya no lo paran, decían algunos, será una revolución “pacifica” decían otros.
Los revolucionarios crónicos, los de siempre pues, hacían análisis concienzudos a la luz de las brillantes teorías y tesis de hace dos siglos, sobre que sí, sí, realmente estaban ante una coyuntura histórica propicia para la praxis revolucionaria y habría que tomar partido o sea las riendas del movimiento.
Y los llamamientos empezaron a ser más complejos y definidos, compañeros nuestra respuesta debe ser enérgica y contundente, decían, no permitiremos que abucen de nosotros nunca más.
Empezaba a haber algo de confusión en el ambiente insurreccional  pacifista de las marchas, pero la indignación persistía con la misma fuerza o más, porque ahora la multitud demostraba que estaban en la razón, ¡cómo chingaos que no! Si somos un chingo ni modo que estemos equivocados y además a ver quién se anima a detenernos, ahora sí, esto debe cambiar, no cómo seis años atrás, o doce, o dieciocho, o antes pues, se decía.
 En algunos puntos de la geografía del lugar llegaron al enfrentamiento físico con las fuerzas del orden, el gobierno infiltró el movimiento con elementos de choque que cometieron excesos, buscando el desprestigio de la protesta y la polarización de la opinión, pero la movilización crecía, cualquiera diría que en realidad aquello si iba en serio y nadie lo detendría.
En un determinado momento, vaya usted a saber por qué maldito capricho del destino juguetón, en un país vecino, llegó al poder una especie de retrasado mental que usaba peluca y actuaba como bufón, y decretó que no quería saber más nada de sus vecinos por feos y maliciosos, los calificó de la peor manera posible que sólo alguien como él, podría hacerlo, y decidió colocar una muralla para no verlos, le caían gordos de plano pues.
Esto se consideró como una afrenta nacional, la amenaza extranjera pendiendo sobre sus cabezas, habría que reaccionar. Entonces fue así que el gobierno local otrora apachurrado contra la pared, en su escasa lucidez alcanzó a vislumbrar la salida del hoyo en que se habían metido.
Ante esta nueva situación salieron a convocar los más ilustres payasos de la farándula, junto al millonario número uno de la televisión, a la unión nacional contra la amenaza exterior que se atrevía a ningunearlos de aquella manera, la revolución en redes cesó y empezó el levantamiento contra el nuevo enemigo.
Mientras tanto, los revolucionarios de neta, seguían viendo de frente el verdadero problema y ante la disminución de las huestes, tuvieron que recurrir a medidas del panfleto, a medidas que sólo la vanguardia revolucionaria conoce, las tomas y los plantones, las personas del común  dentro del movimiento, empezaron a menguar, a resignarse con el golpe a su bolsillo y a sumarse a la nueva prioridad.
Dentro del movimiento comenzaron los estirones de siempre, la lucha por salir en la mejor posición de la foto, la división de opiniones, de objetivos, la contradicción del discurso, pero firmes en la decisión de hacer retroceder la afrenta.
Así trascurrió algún tiempo, el plantón se hacía viejo, las mantas de las consignas raídas por el sol y la lluvia, Los aguerridos luchadores indoblegables como siempre, en su reducida minoría, seguían en el frente de batalla, retando a la indiferencia del gobierno y ahora también la de la gente que ya incluso no recordaba la intensión original de aquella lucha, y los veía como siempre los había visto, como gente sin quehacer, profesionales del desorden y la ociosidad, sin faltar el iluminado transeúnte del montón que les llegó a gritar ¡ya pónganse a trabajar güevones!

Eduardo Lemus

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