Era una vez...
Casi no sucede pero esta vez sucedió, en un lugar conocido
del que no recuerdo el nombre, que los gobernantes en turno realizaron,
autorizaron, una reforma que afectaba gravemente el bolsillo de los ciudadanos,
y como un golpe al bolsillo duele más que la violación de los derecho
individuales y la dignidad humana, la ciudadanía indignada explotó en cólera, y
dijeron “ya no más”
Y por obra de la espontaneidad empezó el levantamiento, la
revuelta popular (en las redes sociales por supuesto, por algún lado habría que
empezar) el internet era una bomba de tiempo a punto de estallar, y se
convocaron las movilizaciones en oposición a la medida traidora y vende patrias que en
mala hora tomó el “Ejecutivo Federal”
Se sucedieron las marchas de repudio, una tras otra y
conforme pasaba el tiempo la multitud que se manifestaba crecía, esto ya no lo
paran, decían algunos, será una revolución “pacifica” decían otros.
Los revolucionarios crónicos, los de siempre pues, hacían
análisis concienzudos a la luz de las brillantes teorías y tesis de hace dos
siglos, sobre que sí, sí, realmente estaban ante una coyuntura histórica
propicia para la praxis revolucionaria y habría que tomar partido o sea las
riendas del movimiento.
Y los llamamientos empezaron a ser más complejos y
definidos, compañeros nuestra respuesta debe ser enérgica y contundente,
decían, no permitiremos que abucen de nosotros nunca más.
Empezaba a haber algo de confusión en el ambiente
insurreccional pacifista de las marchas,
pero la indignación persistía con la misma fuerza o más, porque ahora la
multitud demostraba que estaban en la razón, ¡cómo chingaos que no! Si somos un
chingo ni modo que estemos equivocados y además a ver quién se anima a
detenernos, ahora sí, esto debe cambiar, no cómo seis años atrás, o doce, o
dieciocho, o antes pues, se decía.
En algunos puntos de
la geografía del lugar llegaron al enfrentamiento físico con las fuerzas del orden,
el gobierno infiltró el movimiento con elementos de choque que cometieron
excesos, buscando el desprestigio de la protesta y la polarización de la
opinión, pero la movilización crecía, cualquiera diría que en realidad aquello
si iba en serio y nadie lo detendría.
En un determinado momento, vaya usted a saber por qué
maldito capricho del destino juguetón, en un país vecino, llegó al poder una
especie de retrasado mental que usaba peluca y actuaba como bufón, y decretó que
no quería saber más nada de sus vecinos por feos y maliciosos, los calificó de
la peor manera posible que sólo alguien como él, podría hacerlo, y decidió
colocar una muralla para no verlos, le caían gordos de plano pues.
Esto se consideró como una afrenta nacional, la amenaza extranjera
pendiendo sobre sus cabezas, habría que reaccionar. Entonces fue así que el
gobierno local otrora apachurrado contra la pared, en su escasa lucidez alcanzó
a vislumbrar la salida del hoyo en que se habían metido.
Ante esta nueva situación salieron a convocar los más
ilustres payasos de la farándula, junto al millonario número uno
de la televisión, a la unión nacional contra la amenaza exterior que se atrevía
a ningunearlos de aquella manera, la revolución en redes cesó y empezó el levantamiento contra el
nuevo enemigo.
Mientras tanto, los revolucionarios de neta, seguían viendo de
frente el verdadero problema y ante la disminución de las huestes, tuvieron que
recurrir a medidas del panfleto, a medidas que sólo la vanguardia revolucionaria
conoce, las tomas y los plantones, las personas del común dentro del movimiento, empezaron a menguar, a
resignarse con el golpe a su bolsillo y a sumarse a la nueva prioridad.
Dentro del movimiento comenzaron los estirones de siempre, la
lucha por salir en la mejor posición de la foto, la división de opiniones, de
objetivos, la contradicción del discurso, pero firmes en la decisión de hacer
retroceder la afrenta.
Así trascurrió algún tiempo, el plantón se hacía viejo, las
mantas de las consignas raídas por el sol y la lluvia, Los aguerridos
luchadores indoblegables como siempre, en su reducida minoría, seguían en el
frente de batalla, retando a la indiferencia del gobierno y ahora también la de
la gente que ya incluso no recordaba la intensión original de aquella lucha, y
los veía como siempre los había visto, como gente sin quehacer, profesionales
del desorden y la ociosidad, sin faltar el iluminado transeúnte del montón que
les llegó a gritar ¡ya pónganse a trabajar güevones!
Eduardo Lemus