Minerva
- Oye
mugroso, ¿y a ti, también te duele la vida?
- Todos los
días, y eso no me deja olvidar que vivo.
La Jornada
iniciaba temprano por la mañana, y al mismo tiempo, la pelea, a la hora de la
comida, comíamos juntos, para luego regresar a la contienda, y a la salida
igual, juntos.
-Somos como
el perro y el coyote del correcaminos -decía-
peleábamos
por todo, a veces sin razón alguna.
En una ocasión
al levantarme de la silla y dar vuelta al escritorio, tropecé con una caja
llena de expedientes, y por nada me voy de hocico, pateé la caja y renegué. De
un costado del escritorio salió su carilla – ella estaba en cuclillas
acomodando carpetas- y me dijo:
- Ya la
madreó amigo.
- ¡Pues
quítela, Amiga! -le contesté-
Al final la
quité yo, siempre me tocaba cargar, lo que hubiera que cargar.
Cuando
empezaba a manejar, un día salió de la oficina antes que yo, media hora después
me asomé por la ventana del tercer nivel en donde estábamos, y en la glorieta
(desde la oficina se veía la minerva) ella seguía dando vueltas sin poder salir
del tráfico, ese día no podía dormir por la risa.
Ese suceso
la salvaría varios años después.
Conductora
suicida y despreocupada, que en una ocasión giró de lateral a lateral,
brincando los seis carriles intermedios con circulación en ambos sentidos, en
un corte que no era para retornar, de una conocida avenida de la ciudad.
Compañera
de caminatas nocturnas con un bidón en la mano, buscando gasolina por que el
auto no tenía gota.
Cosas de
veinteañeros, aun, algo irracionales.
Pero un día
se fue, así nomás.
La memoria
se pierde entre recuerdos, guardados en rincones del corazón, momentos
diminutos que son sorbitos de felicidad, y dolor.
Poca gente
conozco, que haya caído al abismo sin llegar a ver el final, por mucho, mucho
tiempo en su caída.
Ella, ha
sobrevivido al terror, al abuso, a la marginación, pero no conoce el termino
rendirse, ella, ha muerto de pie.
Recuerdo
sus llamadas desde lugares secretos, ya desde la capital, ya desde su exilio en
América del Sur, llamaditas que nunca dejaron romper el hilo de la amistad.
El costal
que ella carga, no soy yo, quien lo pueda abrir.
Es
sobreviviente que ha renacido mil veces.
Y la admiro.
Hace no
mucho me dijo:
– cada vez
que paso por la minerva, me acuerdo de ti.
Y cundo ya
noche regresa a casa, me llama para que le haga compañía platicando en su
trayecto.
Me imagino
que esa mugrosa, últimamente no ha pasado por la minerva, ni ha regresado tarde
a casa.
Eduardo Lemus