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miércoles, 5 de julio de 2023

Minerva



- Oye mugroso, ¿y a ti, también te duele la vida?


- Todos los días, y eso no me deja olvidar que vivo.


La Jornada iniciaba temprano por la mañana, y al mismo tiempo, la pelea, a la hora de la comida, comíamos juntos, para luego regresar a la contienda, y a la salida igual, juntos.


-Somos como el perro y el coyote del correcaminos -decía-


peleábamos por todo, a veces sin razón alguna.


En una ocasión al levantarme de la silla y dar vuelta al escritorio, tropecé con una caja llena de expedientes, y por nada me voy de hocico, pateé la caja y renegué. De un costado del escritorio salió su carilla – ella estaba en cuclillas acomodando carpetas- y me dijo:


- Ya la madreó amigo.


- ¡Pues quítela, Amiga! -le contesté-


Al final la quité yo, siempre me tocaba cargar, lo que hubiera que cargar.


Cuando empezaba a manejar, un día salió de la oficina antes que yo, media hora después me asomé por la ventana del tercer nivel en donde estábamos, y en la glorieta (desde la oficina se veía la minerva) ella seguía dando vueltas sin poder salir del tráfico, ese día no podía dormir por la risa.


Ese suceso la salvaría varios años después.


Conductora suicida y despreocupada, que en una ocasión giró de lateral a lateral, brincando los seis carriles intermedios con circulación en ambos sentidos, en un corte que no era para retornar, de una conocida avenida de la ciudad.


Compañera de caminatas nocturnas con un bidón en la mano, buscando gasolina por que el auto no tenía gota.


Cosas de veinteañeros, aun, algo irracionales.


Pero un día se fue, así nomás.


La memoria se pierde entre recuerdos, guardados en rincones del corazón, momentos diminutos que son sorbitos de felicidad, y dolor.


Poca gente conozco, que haya caído al abismo sin llegar a ver el final, por mucho, mucho tiempo en su caída.


Ella, ha sobrevivido al terror, al abuso, a la marginación, pero no conoce el termino rendirse, ella, ha muerto de pie.


Recuerdo sus llamadas desde lugares secretos, ya desde la capital, ya desde su exilio en América del Sur, llamaditas que nunca dejaron romper el hilo de la amistad.


El costal que ella carga, no soy yo, quien lo pueda abrir.


Es sobreviviente que ha renacido mil veces.


Y la admiro.


Hace no mucho me dijo:


– cada vez que paso por la minerva, me acuerdo de ti.


Y cundo ya noche regresa a casa, me llama para que le haga compañía platicando en su trayecto.


Me imagino que esa mugrosa, últimamente no ha pasado por la minerva, ni ha regresado tarde a casa.



Eduardo Lemus

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