MIL PEDAZOS DE KRISTAL
Durante uno de los exilios (debidos a la ruptura conyugal),
en los que me veía obligado a vivir como asilado en casa de algún amigo, ya
fuera rentando un espacio, o como sucedió en la mayoría de ocasiones,
simplemente como huésped, intentando no abusar en tiempo, ni de ninguna otra
forma -claro está-. de mi parte. Conocí a Rakel, una catalana impulsiva y
sensible, ambas cosas por igual.
Quienes me daban alojamiento en esa ocasión eran Bernardo y
Conny, viejos conocidos y amigos muy queridos.
El espacio que ocupaba, ha sido uno de los espacios más
bonitos que he habitado, era un cuarto de azotea, antiguamente destinado para el
servicio, como los hay en casi todas las casonas antiguas de Guadalajara, el
pequeño cuarto contaba con un espacio destinado para la habitación, otro para
la cocina y uno más a manera de pequeña estancia. Ubicado en la parte extrema
de una de las zonas más amplias de la azotea de la casa, tenía un enorme
espacio que formaba una terraza rodeada de plantas, las plantas de Conny, el
espacio contaba con una escalera que daba directamente al patio central de la
casa, lo que hacía el acceso sumamente cómodo, en resumen, el espacio era un
oasis de tranquilidad en el que se podía leer, escuchar música y hacer
cualquier otra actividad con la serenidad de un claustro.
Rakel, quien se hospedaba junto con otras dos compañeras en
un departamento cercano al sitio en que yo lo hacía, a la vuelta de la cuadra
digamos, llegó a Guadalajara, para estudiar un diplomado ennosequécosa,
originaria de Cataluña, al igual que sus otras dos compañeras de hospedaje.
La conocí en un café cercano al que había ido a desayunar,
igual que ella. De inicio no la había notado, pero la simbología y los pines en
su pequeño morral me llamaron la atención, por lo que le pregunté, ¿eres
anarquista? –Si –me contestó.
–También yo –dije con cierta vaguedad.
Le pregunté de donde y en qué plan venía, y si tenía
contactos en la ciudad. Me contestó el interrogatorio y ella me sometió a otro
igual de básico y coloquial. Desde ese día nos hicimos amigos, desayunábamos
juntos los fines de semana en particular los sábados, en algún café cercano, y
por las tardes cuando yo llegaba de trabajar y ella ya estaba libre de sus
estudios, salíamos a caminar o en las bicicletas públicas de la ciudad, sólo
con el fin de recorrer calles o llegar a eventos a los que nadie nos había
invitado, en ocasiones en compañía de alguna de sus compañeras.
Los viernes por la noche se convertían en tertulia bohemia,
la terraza al exterior de mi cuarto, era el escenario en donde junto con
Bernardo, Conny, Sofy y Zara, las dos compañeras de Rakel, y en ocasiones
algunas personas más. Se convivía. En esas reuniones de trasnoche se hablaba de
política, literatura, historia, futbol, sucesos tontos del día o la semana y se
cantaba por igual, muchas veces hasta el amanecer.
Momentos que no han de volver más.
Un sábado caminando en busca de un lugar en donde desayunar, recorrimos una distancia mayor a lo habitual, ya que por lo general lo hacíamos en el mismo barrio, al cruzar la avenida Chapultepec, justo en su cruce con Justo Sierra, por donde circulábamos, el dueño del negocio que se encuentra en ese lugar, le gritaba a un niño que vendía dulces, al parecer le había ensuciado los cristales de sus aparadores, que recién habían limpiado, el niño sólo lo miraba con ojos de miedo, me interpuse entre el gritón y el niño, dando la espalda al enojado, y pregunté al pequeño que había pasado, él sólo atino a señalar con el dedo los cristales empañados porque se había recargado un momento. Rakel no dudo en interpelar al “propietario” por su actitud, y le dijo que, si ese era el problema, ella misma los limpiaría para que dejara de chillar, el gritón sólo dio media vuelta e ingresó a su local. Compramos algunos dulces (que no tomamos) al menor y seguimos nuestro camino.
El resto del día transcurrió sin mayor novedad, cada uno volvimos a nuestras actividades sabatinas. Por la noche nos habían invitado a una exposición, la que terminaría en fiesta, en casa de alguno de los expositores, lo habitual, acudimos al evento y después un rato al festejo, que como coincidencia se celebró muy cerca del negocio en donde había sucedido el incidente del menor por la mañana.
Emprendimos el regreso a casa alrededor de
las 3 a.m. desenfundamos unos bocadillos que habíamos expropiado en la reunión,
y comiendo caminamos. Al pasar por un lugar en donde una casona vieja era
restaurada, Rakel levanto tres pedazos medianos de concreto o adoquín, no vi
bien que era, le pregunté para que los quería, y me contestó, –haré una obra de
arte con ellos.
No pregunté más y continuamos la caminata, casualmente
elegimos para el regreso la misma calle en que se ubicaba la tienda del gritón,
y justo al llegar a su cruce con Chapultepec, Rakel se detuvo y permaneció por
un momento observando los escaparates en donde se exhibían vestidos costosos,
yo seguía tragando canapés.
En determinado momento, sin casi percatarme del movimiento
de Rakel, vi estallar uno de los escaparates y casi de inmediato los otros dos,
lo que hizo atragantarme con el bocado de galleta. Ella había reventado los
cristales con las piedras recogidas, convirtiéndolos en miles de brillantes
estrellas que sonreían en nuestra cara, por un momento quedé inmóvil y
maravillado ante el espectáculo, sin atinar el siguiente movimiento.
¡Corre! Me gritó Rakel, y retrocedimos lo caminado, pero
ahora corriendo como locos, dimos la vuela a la manzana, como estrategas nomás
no servíamos ni uno de los dos, ya que de haber alguien cerca, y querernos
atrapar, habría bastado con caminar en línea recta, haciendo escuadra con
nuestra huida, recorriendo sólo la cuadra para esperarnos en la esquina
contraria, interceptando así nuestra desmesurada carrera cuadrangular, debido a
que sólo dimos vuelta a la manzana, de hecho y de haber sucedido, cualquiera
habría llegado antes que nosotros yendo incluso a gatas. Afortunadamente para
nosotros nadie lo hizo.
Llegamos aun corriendo a mi refugio, entramos y subimos a la
azotea terraza, y nos echamos a reír sin parar, estuvimos así por un buen rato,
hilarantes y aun alterados por la adrenalina, ¿alguien nos habrá seguido? ¿nos
habrán visto entrar a la casa? De la risa pasamos a la intranquilidad de pensar
que podríamos causar problemas a mis alojadores, quedamos ahora en silencio por
un largo tiempo. Después de no escuchar ni percibir señal alguna de alteración
en el silencio nocturno, entré al cuarto por una frazada para cada quien, dos
vasos y media botella de whisky que aún tenía del viernes anterior. Pasamos así
platicando sentados sobre una pequeña banca de madera, observando las
estrellas, que emulaban la explosión de cristales que recién había ocurrido.
Ya cerca del amanecer y después de permanecer en silencio
por un rato, Rakel recargo su cabeza en mi hombro y quedó dormida
profundamente, la cargué en mis brazos y la llevé a la cama, la arropé y me
senté en un viejo Reposet destartalado que más que de mueble, servía como
estorbo en la pequeña habitación. Aun permanecí por un momento viendo a través
de la cortina de la ventana que tenía en frente, cómo el día se empezaba a
iluminar, escuchando la suave respiración de esa chica, sin darme cuenta en que
momento, me dormí.
La luz del día sobre mi cara, me hizo despertar, con las
persianas de mis ojos a medio subir, vi la silueta de Rakel enmarcada por la
luz solar que dejaba ingresar al abrir la cortina, su silueta era en verdad
bella, nunca la había visto así, de esa manera, y desvié mi atención, de
inmediato percibí el olor a café recién preparado, ella volteo sonriendo me
saludo, besó mi mejilla, y sirvió café para los dos, el vapor de la prensa
francesa lucia poético, iluminado por los hilos solares, el cuadro lo capturé
en la memoria.
Rakel se sentó a mi lado sobre un pequeño taburete, y
murmuró –“si sabessis el que em
proboques” –lo entendí, como entendía varias expresiones catalanas
después del tiempo compartido con ella y sus compañeras.
No dije nada, sólo continué viendo a la ventana, y bebiendo
café, poco a poco deslicé la mirada, de la ventana al suelo y del suelo a sus
rodillas, y entonces le dije –vamos, ya es tarde y tus colegas deben estar
preocupadas.
Salimos, caminamos haciendo bromas y diciendo tonterías como
de costumbre, cuando escuchamos a una vecina decir a otra, –¿supiste que
rompieron los vidrios en la tienda de ropa en la noche? dicen que fue un robo.
Nos volteamos a ver y continuamos el camino, aunque
acelerando el paso.
El comentario de los cristales rotos y el robo, que nunca
fue, disminuyó con el paso de los días, hasta quedar en el olvido, como pasa
siempre, como con todo pasa.
La vida siguió, llegó el tiempo de volver a casa, a Rakel la
veía con menos frecuencia, las reuniones de los viernes se hicieron menos
frecuentes, y como todo tiempo llega, llegó para ella el tiempo de regresar a
su tierra.
Y aunque de esto no ha pasado mucho tiempo, lo siento como
algo lejano, que tal vez no ocurrió.
muy lejos a otra ciudad
Eduardo Lemus