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jueves, 20 de enero de 2011

MIL PEDAZOS DE KRISTAL

 




…Y ésta noche también

brillará la oscuridad

salta la luna en mil

pedazos de cristal…

Grado Cosmético - Al Calor Del Fuego

 

Durante uno de los exilios (debidos a la ruptura conyugal), en los que me veía obligado a vivir como asilado en casa de algún amigo, ya fuera rentando un espacio, o como sucedió en la mayoría de ocasiones, simplemente como huésped, intentando no abusar en tiempo, ni de ninguna otra forma claro está, de mi parte. Conocí a Rakel, una catalana impulsiva y sensible, ambas cosas por igual.

Quienes me daban alojamiento en esa ocasión eran Bernardo y Conny, viejos conocidos y amigos muy queridos.

El espacio que ocupaba, ha sido uno de los espacios más bonitos que he habitado, era un cuarto de azotea, antiguamente destinado para el servicio, como los hay en casi todas las casonas antiguas de Guadalajara, el pequeño cuarto contaba con un espacio destinado para la habitación, otro para la cocina y uno más a manera de pequeña estancia. Ubicado en la parte extrema de una de las zonas más amplias de la azotea de la casa, tenía un enorme espacio que formaba una terraza rodeada de plantas, las plantas de Conny, el espacio contaba con una escalera que daba directamente al patio central de la casa, lo que hacía el acceso sumamente cómodo, en resumen, el espacio era un oasis de tranquilidad en el que se podía leer, escuchar música y hacer cualquier otra actividad con la serenidad de un claustro.

Rakel, quien se hospedaba junto con otras dos compañeras en un departamento cercano al sitio en que yo lo hacía, a la vuelta de la cuadra digamos, llegó a Guadalajara, para estudiar un diplomado ennosequécosa, originaria de Cataluña, al igual que sus otras dos compañeras de hospedaje.

La conocí en un café cercano al que había ido a desayunar, igual que ella. De inicio no la había notado, pero la simbología y los pines en su pequeño morral me llamaron la atención, por lo que le pregunté, ¿eres anarquista? –Si –me contestó.

–También yo –dije con cierta vaguedad.

Le pregunté de donde y en qué plan venía, y si tenía contactos en la ciudad. Me contestó el interrogatorio y ella me sometió a otro igual de básico y coloquial. Desde ese día nos hicimos amigos, desayunábamos juntos los fines de semana en particular los sábados, en algún café cercano, y por las tardes cuando yo llegaba de trabajar y ella ya estaba libre de sus estudios, salíamos a caminar o en las bicicletas públicas de la ciudad, sólo con el fin de recorrer calles o llegar a eventos a los que nadie nos había invitado, en ocasiones en compañía de alguna de sus compañeras.

Los viernes por la noche se convertían en tertulia bohemia, la terraza al exterior de mi cuarto, era el escenario en donde junto con Bernardo, Conny, Sofy y Zara, las dos compañeras de Rakel, y en ocasiones algunas personas más, se convivía. En esas reuniones de trasnoche se hablaba de política, literatura, historia, futbol, sucesos tontos del día o la semana y se cantaba por igual, muchas veces hasta el amanecer.

Momentos que no han de volver más.                                                                                      

Un sábado caminando en busca de un lugar en donde desayunar, recorrimos una distancia mayor a lo habitual, ya que por lo general lo hacíamos en el mismo barrio, al cruzar la avenida Chapultepec, justo en su cruce con Justo Sierra, por donde circulábamos, el dueño del negocio que se encuentra en ese lugar, le gritaba a un niño que vendía dulces, al parecer le había ensuciado los cristales de sus aparadores, que recién habían limpiado, el niño sólo lo miraba con ojos de miedo, me interpuse entre el gritón y el niño, dando la espalda al enojado, y pregunté al pequeño que había pasado, él sólo atino a señalar con el dedo los cristales empañados porque se había recargado un momento. Rakel no dudo en interpelar al “propietario” por su actitud, y le dijo que, si ese era el problema, ella misma los limpiaría para que dejara de chillar, el gritón sólo dio media vuelta e ingresó a su local. Compramos algunos dulces (que no tomamos) al menor y seguimos nuestro camino.

El resto del día transcurrió sin mayor novedad, cada uno volvimos a nuestras actividades sabatinas. Por la noche nos habían invitado a una exposición, la que terminaría en fiesta en casa de alguno de los expositores, lo habitual, acudimos al evento y después un rato al festejo, que como coincidencia se celebró muy cerca del negocio en donde había sucedido el incidente del menor por la mañana. Emprendimos el regreso a casa alrededor de las 3 a.m. desenfundamos unos bocadillos que habíamos expropiado en la reunión, y comiendo caminamos. Al pasar por un lugar en donde una casona vieja era restaurada, Rakel levanto tres pedazos medianos de concreto o adoquín, no vi bien que era, le pregunté para que los quería, y me contestó, –haré una obra de arte con ellos.

No pregunté más y continuamos la caminata, casualmente elegimos para el regreso la misma calle en que se ubicaba la tienda del gritón, y justo al llegar a su cruce con Chapultepec, Rakel se detuvo y permaneció por un momento observando los escaparates en donde se exhibían vestidos costosos, yo seguía tragando canapés.

En determinado momento, sin casi percatarme del movimiento de Rakel, vi estallar uno de los escaparates y casi de inmediato los otros dos, lo que hizo atragantarme con el bocado de galleta. Ella había reventado los cristales con las piedras recogidas, convirtiéndolos en miles de brillantes estrellas que sonreían en nuestra cara, por un momento quedé inmóvil y maravillado ante el espectáculo, sin atinar el siguiente movimiento.

¡Corre! Me gritó Rakel, y retrocedimos lo caminado, pero ahora corriendo como locos, dimos la vuela a la manzana, como estrategas nomás no servíamos ni uno de los dos, ya que de haber alguien cerca, y querernos atrapar, habría bastado con caminar en línea recta, haciendo escuadra con nuestra huida, recorriendo sólo la cuadra para esperarnos en la esquina contraria, interceptando así nuestra desmesurada carrera cuadrangular, debido a que sólo dimos vuelta a la manzana, de hecho y de haber sucedido, cualquiera habría llegado antes que nosotros yendo incluso a gatas. Afortunadamente para nosotros nadie lo hizo.

Llegamos aun corriendo a mi refugio, entramos y subimos a la azotea terraza, y nos echamos a reír sin parar, estuvimos así por un buen rato, hilarantes y aun alterados por la adrenalina, ¿alguien nos habrá seguido? ¿nos habrán visto entrar a la casa? De la risa pasamos a la intranquilidad de pensar que podríamos causar problemas a mis alojadores, quedamos ahora en silencio por un largo tiempo. Después de no escuchar ni percibir señal alguna de alteración en el silencio nocturno, entré al cuarto por una frazada para cada quien, dos vasos y media botella de whisky que aún tenía del viernes anterior. Pasamos así platicando sentados sobre una pequeña banca de madera, observando las estrellas, que emulaban la explosión de cristales que recién había ocurrido.

Ya cerca del amanecer y después de permanecer en silencio por un rato, Rakel recargo su cabeza en mi hombro y quedó dormida profundamente, la cargué en mis brazos y la llevé a la cama, la arropé y me senté en un viejo Reposet destartalado que más que de mueble, servía como estorbo en la pequeña habitación. Aun permanecí por un momento viendo a través de la cortina de la ventana que tenía en frente, cómo el día se empezaba a iluminar, escuchando la suave respiración de esa chica, sin darme cuenta en que momento, me dormí.

La luz del día sobre mi cara, me hizo despertar, con las persianas de mis ojos a medio subir, vi la silueta de Rakel enmarcada por la luz solar que dejaba ingresar al abrir la cortina, su silueta era en verdad bella, nunca la había visto así, de esa manera, y desvié mi atención, de inmediato percibí el olor a café recién preparado, ella volteo sonriendo me saludo, besó mi mejilla, y sirvió café para los dos, el vapor de la prensa francesa lucia poético, iluminado por los hilos solares, el cuadro lo capturé en la memoria.

Rakel se sentó a mi lado sobre un pequeño taburete, y murmuró –“si sabessis el que em proboques” ­–lo entendí, como entendía varias expresiones catalanas después del tiempo compartido con ella y sus compañeras.

No dije nada, sólo continué viendo a la ventana, y bebiendo café, poco a poco deslicé la mirada, de la ventana al suelo y del suelo a sus rodillas, y entonces le dije – vamos, ya es tarde y tus colegas deben estar preocupadas.

Salimos, caminamos haciendo bromas y diciendo tonterías como de costumbre, cuando escuchamos a una vecina decir a otra, –¿supiste que rompieron los vidrios en la tienda de ropa en la noche? dicen que fue un robo.

Nos volteamos a ver y continuamos el camino, aunque acelerando el paso.

El comentario de los cristales rotos y el robo, que nunca fue, disminuyó con el paso de los días, hasta quedar en el olvido, como pasa siempre, como con todo pasa.

La vida siguió, llegó el tiempo de volver a casa, a Rakel la veía con menos frecuencia, las reuniones de los viernes se hicieron menos frecuentes, y como todo tiempo llega, llegó para ella el tiempo de regresar a su tierra.

Y aunque de esto no ha pasado mucho tiempo, lo siento como algo lejano, que tal vez no ocurrió.

 

…Me cuentan que te marchastes

muy lejos a otra ciudad

aún queda, muncha leña por quemar…


Eduardo Lemus

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