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jueves, 25 de octubre de 2018

Interludio


Sentados en una banca viendo pasar transeúntes nocturnos, tan diversos como sospechosos, bebíamos el final de la botella, el whisky es sanador y tranquilizante. Acabábamos de reventar el parabrisas del auto con la cabeza después de una travesía complicada. Esa tarde salimos de Santa Ana hacia Oxnard sin conocer antes la ruta, ¿para qué fuimos?, nadie lo sabrá por mí.
Salimos por la tarde de un sábado nublado, optamos por la ruta de los Ángeles en lugar de viajar por Long Beach. En Santa Mónica empezó a llover, los limpiaparabrisas hicieron dos o tres movimientos y dejaron de funcionar, la lluvia arreció y tuvimos que parar en un 7-eleven, alguien me había dicho que poniendo detergente en el cristal se podía ver ya que hacía resbalar el agua, pusimos el polvo a lo largo del parabrisas y justo terminando, dejó de llover, chingao, limpiamos, y continuamos bordeando el Pacifico. El sol moría, la noche se anunciaba, una de las vistas más bellas que recuerdo del mar, a la altura de Malibú algo parecido a flores, rosas rojas, parecía flotar sobre las olas mansas, y justo ahí los frenos dejaron de funcionar, ¡las brekas cabrón!, gritaste, en plena curva, como se pudo nos detuvimos, usando freno de mano y de motor, revisamos, pero no sabíamos una mierda de mecánica, y decidimos seguir con el freno de mano bien agarrado, por si las dudas, fue el tramo de carretera más estresante de mi vida, los otros autos nos pasaban tocando el claxon, nunca me importó menos, por fin la salida a Oxnard, pero a esa velocidad, sin frenos. Jalé la palanca, metiste freno de motor, y directos a la barrera de contención, así paramos, pegamos con la cabeza en el parabrisas, y el carro ya no volvió a marchar, empujamos hasta la primera calle que encontramos. Ya era noche para entonces y bajo la tenue lluvia bajamos a buscar algo para comer, hamburguesas qué más podría ser a esa hora, en ese lugar.
Después de media noche y de caminar entre vagabundos y borrachos regresamos a dormir al auto, noche fría e incómoda, vigilantes por turnos de transeúntes y policías. Al día siguiente salimos por un café, y en busca de ayuda, con tanta suerte que vinimos a parar justo enfrente de la casa de un mecánico.
Regresamos temprano a Santa Ana justo con lo que buscabas, montados en un Frankenstein con encendido directo accionado desde un switch de cola de ratón. Nuevamente la vista espectacular del mar con el reflejo del sol flotando. Llegando a Santa Ana, justo entrando se ponchó una llanta, bajamos a cambiarla, el gato resbaló, el auto cayó en tú pie y no lloraste sólo porque te veía quien no debía ver, cambié la llanta, pero el auto no volvió a encender, nos separamos y cada quien continúo el viaje en bus.
El auto se perdió en el departamento de Vehículos de California, pero la historia no.

Eduardo Lemus



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