Rutinaria apología del terrorismo
Santiago Alba Rico.
Los medios de comunicación siguen justificando e incluso
aplaudiendo los crímenes de Israel
Palestina genera siempre una doble y contradictoria
unanimidad: unanimidad de la solidaridad internacional, que rechaza los
crímenes de Israel, y unanimidad de los medios de comunicación, que los
justifica o hasta los aplaude. Grandes medios y grandes agencias que pueden
discrepar en otros asuntos (Le Monde, El País, The New York Times, AFP, Reuters)
e incluso organizaciones de derechos humanos muy severas en otros casos (HWR o
AI) aceptan y difunden como evidencias los dos mitos fundamentales de la
propaganda israelí.
El primero es el de que los bombardeos sobre Gaza son una
“respuesta” a una agresión palestina. Aquí la manipulación sintáctica juega un
papel fundamental: “Israel bombardea Gaza tras el lanzamiento de cohetes sobre
Tel Aviv y Haifa” o “Hamás lanza tres cohetes sobre Israel y la aviación
israelí golpea Gaza”. Este retorcimiento sintáctico se aplica asimismo para
atenuar la responsabilidad de Israel en la muerte de víctimas civiles. Israel
nunca “mata” directamente, sino que aparece ligada de manera misteriosa a la
aparición de cadáveres palestinos, los cuales, como sujetos gramaticales de las
frases, parecen de algún modo culpables de su propia muerte: “Diez niños
muertos a continuación de un bombardeo israelí”. ¡A continuación! ¡Como si los
niños hubieran elegido pérfidamente ese momento para morir de pulmonía o de un
accidente de juego!
En una reyerta de bar es difícil saber quién empezó. Pero en
una relación colonial no: es siempre la fuerza ocupante, la que controla
directa o indirectamente la vida de los nativos, la que ha empezado. El
imperativo ético y profesional de unos medios de comunicación responsables e
interesados en ayudar a resolver un “conflicto” tan largo y doloroso debería
ser el de recordar una y otra vez la agresión original de la ocupación. Pero al
mismo tiempo deberían reproducir con fidelidad los cronogramas –los primeros
cohetes desde Gaza se lanzan en respuesta a una brutal operación del Ejército
concebida para infligir un castigo colectivo a los palestinos tras el asesinato
sin aclarar de tres jóvenes colonos israelíes– y ayudar a denunciar la política
de Israel, que bombardea cuando quiere y porque quiere, en un rutinario acto de
autoafirmación existencial, con independencia de la resistencia de sus
víctimas. En lugar de eso, los grandes medios difunden con Israel la versión de
la “reyerta de bar”, en la que se pierden las pistas históricas y se invierten
los cronogramas de la violencia. La idea de que Israel “se defiende” implica
dos falsas evidencias: la de que Israel es “defendible” como proyecto y la de
que está sometida al implacable asedio de un enemigo irracional.
En esta “reyerta de bar” es muy importante alimentar una
segunda ilusión: la de la proporción o igualdad de fuerzas. Hay una “escalada”,
un “intercambio”, una “guerra” entre dos “ejércitos” equivalentes. Para eso
hace falta, entre otras cosas, convertir los cohetes Qassam en misiles o, en
cualquier caso, exagerar su fuerza de destrucción o insistir en el número de
lanzamientos (¡600!) como si hubiera alguna posible proporción entre 600
mosquitos y 600 botes de insecticida (como insectos tratan a los palestinos)
aplicados masivamente sobre un panal. Es escandaloso, por ejemplo, que Le Monde
publique un artículo titulado “Cuáles son las capacidades militares de Hamás”,
convirtiendo así a Hamás en el enemigo y además en un enemigo peligroso, mientras
que no dice nada de las armas del cuarto Ejército más potente del mundo. Esta
“proporción” obliga además a restar importancia, si no silenciar, a las casi
200 víctimas palestinas, muchas de ellas niños y mujeres, y a llamar la
atención, en cambio, sobre las víctimas israelíes: nueve heridos y 52 crisis
nerviosas. La búsqueda de “proporción” obliga a aceptar que un israelí herido
vale tanto como 20 palestinos muertos. Si son insectos, parece incluso una
concesión excesiva.
Uno de los pensamientos del filósofo Blaise Pascal es una
pregunta retórica: ¿por qué me matas si eres el más fuerte? Se podría pensar
que Pascal considera innecesario el asesinato allí donde se tiene suficiente
poder. Pero se puede interpretar también que Pascal sugiere una respuesta tautológica:
¿por qué me matas si eres el más fuerte? E Israel responde: “Precisamente por
eso, porque soy el más fuerte. Porque puedo matarte, porque tengo los medios
para hacerlo, porque matarte confirma mi existencia”.
Lo malo es cuando, además de ser el más fuerte, se quiere
ser también el más bueno. Si se tienen los medios para matar, se mata. Si se
tienen los medios para matar y se quiere ser el más bueno, se hace propaganda.
Una larga historia de culpabilidades occidentales y de presiones israelíes ha
configurado un gigantesco aparato de propaganda dedicado rutinariamente a
convertir al asesino en cordero y al cordero en asesino. Nuestros grandes
medios siguen entrando al trapo. La gente no. Casi nadie cree ya en la bondad
corderil de un Estado que se salta a la torera las leyes internacionales, ocupa
desde hace 60 años territorios que no le pertenecen, convierte Gaza en un gueto
sin salida y bombardea desde el aire sus hospitales y mezquitas. Será el más
fuerte, pero no, desde luego, el más bueno. La propaganda ya no funciona.
Israel, como Bashar Al-Assad (Netanyahu de su propio pueblo), sólo se apoya en
la fuerza desnuda y, a medida que pierda definitivamente el respeto de los que
ya no se dejan engañar, más la usará y de manera más destructiva. Los medios de
comunicación no deberían seguirle por ese camino, en cuyas cunetas se han
quedado ya los cadáveres de la justicia, el derecho, la democracia y el de su
propia credibilidad.
Fuente:
https://www.diagonalperiodico.net