NEVER MIND
Mirando a través de la ventanilla del camión,
la ciudad se me incrustaba en la cabeza, justo entre ceja y ceja, de tal
manera, que al llegar la noche, ya estaba empachado de ciudad y ciudadanos, y
solo quedaba espacio en mi tolerancia saturada, para un poco de punk y un
gallardo sin semilla.
Ya habían pasado para entonces, las crisis de
ansiedad, aquellas jornadas de miedo y rabia, de desesperación impotente, de
ganas locas de hacer volar instituciones, corporaciones, religiones y cosas por
el estilo.
También había pasado ya, afortunadamente, la
afición por las navajas y las bonitas marcas que estas dejaban dibujadas en la
piel, rutas de escape para el espíritu recluido en su prisión corpórea, aunque,
aún conservo un poco de esa afición en
los piercings.
Para entonces, el terrible trance de la adolescencia,
afortunadamente, ya había quedado atrás, ahora la observación directa nutria
mis convicciones, la decadencia que envolvía el rutinario acontecer era sin
duda, la prueba del sometimiento mediático, teórico, religioso y cultural que
nos subsumía, era el resultado de una mezcla incongruente y amorfa de
creencias, suposiciones y convicciones inyectadas desde la cuna, que formaban
una especie de argamasa mental sin posibilidad de intuir alguna otra realidad, era
una plasta viscosa que decoraba como gratinado monumental al grueso de la
población y su cultura, o por lo menos eso creía yo, ahora ya no lo creo así,
ahora sé que es aún peor.
Metido en mis botas gustaba de recorrer la
geografía citadina, Guanatos era el misterio a desvelar, sus contradicciones
extremas, sus secretos a voces y sus falsos valores tan orgullosamente proclamados,
eran una fuente inagotable para la teoría social, y si nos ponemos aguzados aun
lo podrían ser.
Y es en medio de ese enredijo de palabras y
recuerdos, que me recuerdo, a mí mismo, buscando opciones y la cercanía con mis
semejantes, y esto, no en términos bíblicos, sino literalmente con mis
similares, los otros, los raros, los disidentes, los que vomitaban pues, igual
que yo, al tragar el terrible bocado de lo convencional, aderezado con la complicidad pusilánime de la enorme
mayoría de conciudadanos; para entonces ya habían hablado a mi oído ciertos
fantasmas barbudos, que a deshoras de la noche surgían de entre las
amarillentas páginas de algún libro, y en tertulias interminables convivía con
las ideas hechas sueños, o al revés, y me habían, si no convencido, por lo
menos si persuadido de que el camino era otro.
Y en medio del barullo urbano envuelto en
humo, ruido y confusión la búsqueda de aquel camino emprendí, indagando,
husmeando, me acerqué a gente que parecían proponer o plantear o sugerir el
cambio social, la subversión del orden establecido, pero en muchos de los casos,
eso, solo era apariencia, casi siempre era gente que en su vida cotidiana no
diferían gran cosa del resto de las personas y en muchos casos eran aun peor,
eran burócratas viviendo de los impuestos y sirviendo al sistema en el día y
hablando de revolución en algún café por la noche, muy parecidos a mis maestros
de preparatoria, revolucionarios declarados también todos ellos, tipos cuyo
máximo gesto de rebeldía, era su colección de fotos de Lenin, Trotsky y Mao
colgando de la pared de un oscuro salón, en el que se reunían a organizar la
futura revolución proletaria.
Por si no lo habían notado yo era un punk, que
a la vez no hacía mucha ronda con otros punks, salvo otros dos con quienes en
conjunto formábamos el grueso del colectivo punk de la colonia, pero esto de no
gustar de hacer bola con el resto de la tribu tiene su historia, resulta, que
por aquellos tiempos en las sombrillas, lugar que así era conocido y que hoy se
llama plaza Guadalajara, se reunía la comunidad punketa de Guanatos, la crema y
nata de la banda eriza del momento, llegué a aquel lugar invitado por ya no
recuerdo quien, ávido de encontrar otra forma de relacionarse y de pensar, pero
no encontré absolutamente nada, solo platicas tediosas y repetitivas sobre
agrupaciones, estilos, pelos de punta, botas y chamarras, lo cual motivó que no
me volviera a parar en aquel lugar, e incluso evitaba pasar por ahí. Después,
una tarde no más tediosa, ni muy diferente a cualquier otra tarde, en el puente
de la Normal descubrí unos harapos que parecían amontonarse en la parte más
alta de su joroba, a donde la curiosidad me llevó, para descubrir un nuevo
grupúsculo de punks a quienes me acerque con las mismas inquietudes que me
llevaron al grupo anterior, con los mismos resultados, gente con pelo verde,
enfundados en jeans raídos, con un cerro de discos bajo el brazo, cuya única
conversación eran la mohicana de Wattie Buchan, las Dr. Martens y las nuevas playeras de Pushead, ¡carajo! Era como escuchar a
mi vecina platicando de Madonna, Miguel Bosé o el Chapulín Colorado, con tal
vehemencia, que pareciera que a través
de ellos vivieran su propia vida.
Por decir lo menos, la búsqueda de aquella
época fue un rotundo fracaso, así que las horas seguían colgando del reloj y
deslizándose hasta perderse por la alcantarilla del día agonizante, y así día
tras día, esperando llegar la noche, para acudir a la cita con los fantasmas y
su discurso siempre inconcluso y seductor, ideas cometa, a cuya cola atado,
logré cruzar el arroyo sin ser arrastrado por la corriente, o por lo menos, eso
quiero creer.
Las largas lecturas y la compañía nocturnal de
la banda del barrio, siempre solidaria, fueron el salvavidas, y ahora cuando lo
pienso, no dejo de sospechar que en esa comunidad barrial estaba la respuesta a
la búsqueda que tanto tiempo malgastado me llevó, pero no importa, de algo debe
haber servido, también eso lo quiero creer.
Y con respecto al punk, lo que aquí digo no
quiere decir, que no haya encontrado en él una respuesta, -independientemente
de mi adhesión previa de adolescente, a la actitud e irreverencia que conlleva-,
por supuesto que tiene respuestas, y no una, sino toda una propuesta alternativa de vida, pero ésta actitud vino a florecer después, en otra
generación, una, tallada de otra madera, pero ésta y la del barrio solidario,
son otra historia, que tal vez otro día les cuente.
Eduardo Lemus
Publicado en EN VECES en Agosto de 2011