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miércoles, 17 de noviembre de 2010

El Aaiún

Los hierros apuntaban al cielo amenazando con llenarse de cemento.

La basura en las calles, y los pies que las recorrían, en un tiempo enorme, asfixiante.

Tanto azúcar para el amargor del té, y del día a día.

Un café, un gesto de amigo, una vuelta y muchos policías odiando desde sus ensangrentados furgones.

Y siempre los abrazos y las manos, algunas delgadas, quebradizas, presas de los palos.

La noche de tener que andar evitando los uniformes soñando con andar recto sin tener que soñar.

Ahora los únicos sueños son pesadillas, sirenas que entran por las ventanas para diezmar esperanzas.

Las sonrisas empapadas, las que explotan al saber que no ha muerto un hermano.

La broma negra que ayuda a saltar las alambradas y las minas de la senda.

Vuestra ciudad es humo de los cadáveres, pero sobre todo del aliento calcinado de los vivos.

Y seguís demostrando al mundo lo roja que puede ser la sangre, lo inocente que puede ser la rabia, lo hermoso que puede ser un ser humano, pese a estar siendo asesinado.


Cavern

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