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martes, 22 de julio de 2014

Rutinaria apología del terrorismo





Santiago Alba Rico.


Los medios de comunicación siguen justificando e incluso aplaudiendo los crímenes de Israel


Palestina genera siempre una doble y contradictoria unanimidad: unanimidad de la solidaridad internacional, que rechaza los crímenes de Israel, y unanimidad de los medios de comunicación, que los justifica o hasta los aplaude. Grandes medios y grandes agencias que pueden discrepar en otros asuntos (Le Monde, El País, The New York Times, AFP, Reuters) e incluso organizaciones de derechos humanos muy severas en otros casos (HWR o AI) aceptan y difunden como evidencias los dos mitos fundamentales de la propaganda israelí.

El primero es el de que los bombardeos sobre Gaza son una “respuesta” a una agresión palestina. Aquí la manipulación sintáctica juega un papel fundamental: “Israel bombardea Gaza tras el lanzamiento de cohetes sobre Tel Aviv y Hai­fa” o “Hamás lanza tres cohetes sobre Israel y la aviación israelí golpea Gaza”. Este retorcimiento sintáctico se aplica asimismo para atenuar la responsabilidad de Israel en la muerte de víctimas civiles. Israel nunca “mata” directamente, sino que aparece ligada de manera misteriosa a la aparición de cadáveres palestinos, los cuales, como sujetos gramaticales de las frases, parecen de algún modo culpables de su propia muerte: “Diez niños muertos a continuación de un bombardeo israelí”. ¡A continuación! ¡Como si los niños hubieran elegido pérfidamente ese momento para morir de pulmonía o de un accidente de juego!
En una reyerta de bar es difícil saber quién empezó. Pero en una relación colonial no: es siempre la fuerza ocupante, la que controla directa o indirectamente la vida de los nativos, la que ha empezado. El imperativo ético y profesional de unos medios de comunicación responsables e interesados en ayudar a resolver un “conflicto” tan largo y doloroso debería ser el de recordar una y otra vez la agresión original de la ocupación. Pero al mismo tiempo deberían reproducir con fidelidad los cronogramas –los primeros cohetes desde Gaza se lanzan en respuesta a una brutal operación del Ejército concebida para infligir un castigo colectivo a los palestinos tras el asesinato sin aclarar de tres jóvenes colonos israelíes– y ayudar a denunciar la política de Israel, que bombardea cuando quiere y porque quiere, en un rutinario acto de autoafirmación existencial, con independencia de la resistencia de sus víctimas. En lugar de eso, los grandes medios difunden con Israel la versión de la “reyerta de bar”, en la que se pierden las pistas históricas y se invierten los cronogramas de la violencia. La idea de que Israel “se defiende” implica dos falsas evidencias: la de que Israel es “defendible” como proyecto y la de que está sometida al implacable asedio de un enemigo irracional.

En esta “reyerta de bar” es muy importante alimentar una segunda ilusión: la de la proporción o igualdad de fuerzas. Hay una “escalada”, un “intercambio”, una “guerra” entre dos “ejércitos” equivalentes. Para eso hace falta, entre otras cosas, convertir los cohetes Qassam en misiles o, en cualquier caso, exagerar su fuerza de destrucción o insistir en el número de lanzamientos (¡600!) como si hubiera alguna posible proporción entre 600 mosquitos y 600 botes de insecticida (como insectos tratan a los palestinos) aplicados masivamente sobre un panal. Es escandaloso, por ejemplo, que Le Monde publique un artículo titulado “Cuáles son las capacidades militares de Hamás”, convirtiendo así a Hamás en el enemigo y además en un enemigo peligroso, mientras que no dice nada de las armas del cuarto Ejército más potente del mundo. Esta “proporción” obliga además a restar importancia, si no silenciar, a las casi 200 víctimas palestinas, muchas de ellas niños y mujeres, y a llamar la atención, en cambio, sobre las víctimas israelíes: nueve heridos y 52 crisis nerviosas. La búsqueda de “proporción” obliga a aceptar que un israelí herido vale tanto como 20 palestinos muertos. Si son insectos, parece incluso una concesión excesiva.

Uno de los pensamientos del filósofo Blaise Pascal es una pregunta retórica: ¿por qué me matas si eres el más fuerte? Se podría pensar que Pascal considera innecesario el asesinato allí donde se tiene suficiente poder. Pero se puede interpretar también que Pascal sugiere una respuesta tautológica: ¿por qué me matas si eres el más fuerte? E Israel responde: “Precisamente por eso, porque soy el más fuerte. Porque puedo matarte, porque tengo los medios para hacerlo, porque matarte confirma mi existencia”.

Lo malo es cuando, además de ser el más fuerte, se quiere ser también el más bueno. Si se tienen los medios para matar, se mata. Si se tienen los medios para matar y se quiere ser el más bueno, se hace propaganda. Una larga historia de culpabilidades occidentales y de presiones israelíes ha configurado un gigantesco aparato de propaganda dedicado rutinariamente a convertir al asesino en cordero y al cordero en asesino. Nuestros grandes medios siguen entrando al trapo. La gente no. Casi nadie cree ya en la bondad corderil de un Estado que se salta a la torera las leyes internacionales, ocupa desde hace 60 años territorios que no le pertenecen, convierte Gaza en un gueto sin salida y bombardea desde el aire sus hospitales y mezquitas. Será el más fuerte, pero no, desde luego, el más bueno. La propaganda ya no funciona. Israel, como Bashar Al-Assad (Netanyahu de su propio pueblo), sólo se apoya en la fuerza desnuda y, a medida que pierda definitivamente el respeto de los que ya no se dejan engañar, más la usará y de manera más destructiva. Los medios de comunicación no deberían seguirle por ese camino, en cuyas cunetas se han quedado ya los cadáveres de la justicia, el derecho, la democracia y el de su propia credibilidad.


Fuente: https://www.diagonalperiodico.net

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sábado, 24 de mayo de 2014

Sombra soy

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sábado, 8 de marzo de 2014

La extrema derecha se afianza en el nuevo Gobierno prooccidental de Ucrania


Rafael Poch
La Vanguardia

El movimiento radical Svoboda tiene un viceprimer ministro y tres ministros | El partido, además de ser ultraderechista, tiene impulsos antisemitas, pero la UE lo apoya


Es lo que se llama un armario; más ancho que alto, rostro de adoquín y sobre los cien kilos de peso. Poca broma con Aleksandr Muzichkovo, uno de los líderes del Pravy Sektor (Sector de derechas). Su mera presencia intimida. Con su uniforme de camuflaje, a Muzichkovo se le ha visto poner orden en la fiscalía de Rovno. Agarró por la corbata a la primera autoridad judicial de la región, un hombre joven y más bien frágil que no osa replicar la oleada de insultos que le dedica el ultraderechista, lo zarandea, lo hace sentar, se excita mientras continua insultando, le da una colleja. A su alrededor nadie osa abrir la boca.

La escena se repite ante la cámara parlamentaria de la región. Preside Muzichkovo. Sobre la mesa un fusil kalashnikov. El ultra pregunta en tono amenazante, “¿Alguien quiere quitarme el fusil?, ¿alguien quiere quitarme el cuchillo?, atrévanse”. Nadie se mueve.

“Pravy Sektor” se fundó hace muy poco, justo un mes antes de que comenzaran las protestas en Kíev. Agrupó en una especie de frente popular “antisistema” a varios de los grupos neonazis, ultraderechistas y nacionalistas radicales que se reclaman de la tradición de Stepán Bandera (1909-1959) y su organización armada insurgente (UPA) que luchó contra el NKVD de Stalin, colaboró con los nazis engrosando la división “Galitzia” de las SS cuando estos invadieron la URSS en 1941 y acabó luchando un poco contra todos; los comunistas, los alemanes y la Armia Krajowa polaca, antes de ser recuperado por la CIA que lo sostuvo con armas y dinero hasta 1959, cuando Bandera fue asesinado en Munich por agentes de Stalin con una bala de cianuro.

Bandera tiene hoy monumentos en Ucrania Occidental, donde su memoria goza de cierta base popular, pero se le considera una figura negativa en la mayor parte del resto del país, donde a los fachas se les designa con el nombre genérico de “banderovski”.

Junto con el partido Svoboda, Pravy Sektor y los banderovski en general, fueron la fuerza de choque paramilitar decisiva para mantener a lo largo de tres meses el pulso con la policía en Kíev. Sin ellos no habría sido posible acabar derrocando el tambaleante gobierno de Viktor Yanukovich. Mientras oficialmente Washington y Berlín apoyaban a líderes con corbata como el actual primer ministro Yatseniuk o el ex boxeador Klichkó, otras fuerzas occidentales potenciaron como mano de obra al sector ultra. Dinero y canales de servicios secretos actuaron en Kíev de la misma forma en que lo hicieron en otras “revoluciones” contra adversarios. El resultado ha sido la aparición en la capital de Ucrania de un gobierno, que, sin poder ser reducido a una galería de radicales de derecha, contiene una muestra notable de ellos.

Al líder de Pravy Sektor, Dmitri Yarosh, nacido hace 42 años en una ciudad que lleva el nombre del primer policía bolchevique (Dneproderzhinsk), el 26 de febrero el nuevo régimen le ofreció el cargo de vicesecretario del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), el órgano que supervisa servicios secretos, ministerio del interior y ejército. Yarosh lo rechazó.

El responsable del CSN es Andri Parubi, oriundo de Galitzia. Parubi fue el “Comandante de la Autodefensa del Maidán”, es decir la persona que, más o menos, coordinaba el dispositivo paramilitar de la revuelta. Parubi fue el fundador del Partido Socialista-Nacionalista de Ucrania (SNPU), formación de estricta sonoridad neonazi con contactos internacionales neonazis en toda Europa y cierta base entre la juventud de Lvov, capital de Galitzia. En 2004 el partido se transformó en el movimiento “Svoboda” (Libertad). Un año después Parubi fundó un nuevo partido y en 2012 ingresó en “Batkivshina”, el partido de la ex primera ministra encarcelada por corrupción, Yulia Timoshenko.

En medios progubernamentales de Kíev se suele decir que “Svoboda” “cambió mucho en los últimos años”. Es verdad que en 2006 los radicales del SNPU se escindieron (hoy muchos de ellos están en “Pravy Sektor”), pero reducir ese partido a “nacionalistas radicales”, como ha venido haciendo la prensa anglosajona más influyente en esta crisis, es ingenuo.

Cuatro años después de que los radicales del SNPU se fueran, el líder de “Svoboda”, Oleg Tiagnibok, calificó de héroe a Iván (John) Demianiuk, uno de los matarifes ucranianos del campo de exterminio nazi de Sobibor, extraditado y juzgado en Alemania poco antes de morir. Tiagnibok calificó al gobierno de Ucrania como una “mafia ruso-judía” y hace cuatro años un documento programático de su partido llamaba a “abolir el parlamentarismo, prohibir todos los partidos políticos, nacionalizar la industria y los medios de comunicación, limpiar por completo la administración, el ejército y la educación, especialmente en el Este y liquidar físicamente a todos los intelectuales ruso-parlantes y ucrainófobos”. Los ministros europeos, como el alemán Frank Walter Steinmeier, se han fotografiado estrechando la mano de Tiagnibok, que en los últimos años fue recibido en varias ocasiones por el embajador alemán en Kiev. En 2013 el Congreso Mundial Judío pidió la ilegalización de “Svoboda”.

En el actual gobierno de Kíev “Svoboda” tiene hoy tres ministros (ecología, agricultura y educación), además del viceprimer ministro, el número dos del gobierno, Aleksandr Sich, el fiscal general, Oleg Majnitski, y por lo menos seis gobernadores de provincias.

La simple realidad es que el conglomerado radical que fue decisivo para poner en Kíev un gobierno pro-occidental, mediando episodios como la masacre de manifestantes y policías a cargo de oscuros francotiradores la víspera del derrumbe de la anterior administración, tiene hoy un poder real en este país. Por primera vez desde 1945 un sector claramente ultraderechista y con impulsos antisemitas controla importantes parcelas de poder en un gobierno europeo bendecido por la Unión Europea.


Fuente: Rebelión.org que a su vez lo toma de La Vanguardia 
http://www.lavanguardia.com/internacional/20140308/54402171848/extrema-derecha-ucrania-gobierno-prooccidental.html

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