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domingo, 3 de junio de 2012

NEVER MIND


Mirando a través de la ventanilla del camión, la ciudad se me incrustaba en la cabeza, justo entre ceja y ceja, de tal manera, que al llegar la noche, ya estaba empachado de ciudad y ciudadanos, y solo quedaba espacio en mi tolerancia saturada, para un poco de punk y un gallardo sin semilla.

Ya habían pasado para entonces, las crisis de ansiedad, aquellas jornadas de miedo y rabia, de desesperación impotente, de ganas locas de hacer volar instituciones, corporaciones, religiones y cosas por el estilo.

También había pasado ya, afortunadamente, la afición por las navajas y las bonitas marcas que estas dejaban dibujadas en la piel, rutas de escape para el espíritu recluido en su prisión corpórea, aunque, aún conservo un poco de esa afición en los piercings.

Para entonces,  el terrible trance de la adolescencia, afortunadamente, ya había quedado atrás, ahora la observación directa nutria mis convicciones, la decadencia que envolvía el rutinario acontecer era sin duda, la prueba del sometimiento mediático, teórico, religioso y cultural que nos subsumía, era el resultado de una mezcla incongruente y amorfa de creencias, suposiciones y convicciones inyectadas desde la cuna, que formaban una especie de argamasa mental sin posibilidad de intuir alguna otra realidad, era una plasta viscosa que decoraba como gratinado monumental al grueso de la población y su cultura, o por lo menos eso creía yo, ahora ya no lo creo así, ahora sé que es aún peor.

Metido en mis botas gustaba de recorrer la geografía citadina, Guanatos era el misterio a desvelar, sus contradicciones extremas, sus secretos a voces y sus falsos valores tan orgullosamente proclamados, eran una fuente inagotable para la teoría social, y si nos ponemos aguzados aun lo podrían ser.

Y es en medio de ese enredijo de palabras y recuerdos, que me recuerdo, a mí mismo, buscando opciones y la cercanía con mis semejantes, y esto, no en términos bíblicos, sino literalmente con mis similares, los otros, los raros, los disidentes, los que vomitaban pues, igual que yo, al tragar el terrible bocado de lo convencional, aderezado  con la complicidad pusilánime de la enorme mayoría de conciudadanos; para entonces ya habían hablado a mi oído ciertos fantasmas barbudos, que a deshoras de la noche surgían de entre las amarillentas páginas de algún libro, y en tertulias interminables convivía con las ideas hechas sueños, o al revés, y me habían, si no convencido, por lo menos si persuadido de que el camino era otro.

Y en medio del barullo urbano envuelto en humo, ruido y confusión la búsqueda de aquel camino emprendí, indagando, husmeando, me acerqué a gente que parecían proponer o plantear o sugerir el cambio social, la subversión del orden establecido, pero en muchos de los casos, eso, solo era apariencia, casi siempre era gente que en su vida cotidiana no diferían gran cosa del resto de las personas y en muchos casos eran aun peor, eran burócratas viviendo de los impuestos y sirviendo al sistema en el día y hablando de revolución en algún café por la noche, muy parecidos a mis maestros de preparatoria, revolucionarios declarados también todos ellos, tipos cuyo máximo gesto de rebeldía, era su colección de fotos de Lenin, Trotsky y Mao colgando de la pared de un oscuro salón, en el que se reunían a organizar la futura revolución proletaria.

Por si no lo habían notado yo era un punk, que a la vez no hacía mucha ronda con otros punks, salvo otros dos con quienes en conjunto formábamos el grueso del colectivo punk de la colonia, pero esto de no gustar de hacer bola con el resto de la tribu tiene su historia, resulta, que por aquellos tiempos en las sombrillas, lugar que así era conocido y que hoy se llama plaza Guadalajara, se reunía la comunidad punketa de Guanatos, la crema y nata de la banda eriza del momento, llegué a aquel lugar invitado por ya no recuerdo quien, ávido de encontrar otra forma de relacionarse y de pensar, pero no encontré absolutamente nada, solo platicas tediosas y repetitivas sobre agrupaciones, estilos, pelos de punta, botas y chamarras, lo cual motivó que no me volviera a parar en aquel lugar, e incluso evitaba pasar por ahí. Después, una tarde no más tediosa, ni muy diferente a cualquier otra tarde, en el puente de la Normal descubrí unos harapos que parecían amontonarse en la parte más alta de su joroba, a donde la curiosidad me llevó, para descubrir un nuevo grupúsculo de punks a quienes me acerque con las mismas inquietudes que me llevaron al grupo anterior, con los mismos resultados, gente con pelo verde, enfundados en jeans raídos, con un cerro de discos bajo el brazo, cuya única conversación eran la mohicana de Wattie Buchan, las Dr. Martens y las nuevas playeras de Pushead, ¡carajo! Era como escuchar a mi vecina platicando de Madonna, Miguel Bosé o el Chapulín Colorado, con tal vehemencia, que pareciera que a través de ellos vivieran su propia vida.

Por decir lo menos, la búsqueda de aquella época fue un rotundo fracaso, así que las horas seguían colgando del reloj y deslizándose hasta perderse por la alcantarilla del día agonizante, y así día tras día, esperando llegar la noche, para acudir a la cita con los fantasmas y su discurso siempre inconcluso y seductor, ideas cometa, a cuya cola atado, logré cruzar el arroyo sin ser arrastrado por la corriente, o por lo menos, eso quiero creer.

Las largas lecturas y la compañía nocturnal de la banda del barrio, siempre solidaria, fueron el salvavidas, y ahora cuando lo pienso, no dejo de sospechar que en esa comunidad barrial estaba la respuesta a la búsqueda que tanto tiempo malgastado me llevó, pero no importa, de algo debe haber servido, también eso lo quiero creer.

Y con respecto al punk, lo que aquí digo no quiere decir, que no haya encontrado en él una respuesta, -independientemente de mi adhesión previa de adolescente, a la actitud e irreverencia que conlleva-, por supuesto que tiene respuestas, y no una, sino toda una propuesta alternativa de vida, pero ésta actitud vino a florecer después, en otra generación, una, tallada de otra madera, pero ésta y la del barrio solidario, son otra historia, que tal vez otro día les cuente.

Eduardo Lemus




Publicado en EN VECES en Agosto de 2011

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