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martes, 25 de enero de 2011

¡Tatik vive, la lucha sigue


Samuel Ruiz García
(3/11//1924 - 24/01/2011)

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jueves, 20 de enero de 2011

MIL PEDAZOS DE KRISTAL

 




…Y ésta noche también

brillará la oscuridad

salta la luna en mil

pedazos de cristal…

Grado Cosmético - Al Calor Del Fuego

 

Durante uno de los exilios (debidos a la ruptura conyugal), en los que me veía obligado a vivir como asilado en casa de algún amigo, ya fuera rentando un espacio, o como sucedió en la mayoría de ocasiones, simplemente como huésped, intentando no abusar en tiempo, ni de ninguna otra forma claro está, de mi parte. Conocí a Rakel, una catalana impulsiva y sensible, ambas cosas por igual.

Quienes me daban alojamiento en esa ocasión eran Bernardo y Conny, viejos conocidos y amigos muy queridos.

El espacio que ocupaba, ha sido uno de los espacios más bonitos que he habitado, era un cuarto de azotea, antiguamente destinado para el servicio, como los hay en casi todas las casonas antiguas de Guadalajara, el pequeño cuarto contaba con un espacio destinado para la habitación, otro para la cocina y uno más a manera de pequeña estancia. Ubicado en la parte extrema de una de las zonas más amplias de la azotea de la casa, tenía un enorme espacio que formaba una terraza rodeada de plantas, las plantas de Conny, el espacio contaba con una escalera que daba directamente al patio central de la casa, lo que hacía el acceso sumamente cómodo, en resumen, el espacio era un oasis de tranquilidad en el que se podía leer, escuchar música y hacer cualquier otra actividad con la serenidad de un claustro.

Rakel, quien se hospedaba junto con otras dos compañeras en un departamento cercano al sitio en que yo lo hacía, a la vuelta de la cuadra digamos, llegó a Guadalajara, para estudiar un diplomado ennosequécosa, originaria de Cataluña, al igual que sus otras dos compañeras de hospedaje.

La conocí en un café cercano al que había ido a desayunar, igual que ella. De inicio no la había notado, pero la simbología y los pines en su pequeño morral me llamaron la atención, por lo que le pregunté, ¿eres anarquista? –Si –me contestó.

–También yo –dije con cierta vaguedad.

Le pregunté de donde y en qué plan venía, y si tenía contactos en la ciudad. Me contestó el interrogatorio y ella me sometió a otro igual de básico y coloquial. Desde ese día nos hicimos amigos, desayunábamos juntos los fines de semana en particular los sábados, en algún café cercano, y por las tardes cuando yo llegaba de trabajar y ella ya estaba libre de sus estudios, salíamos a caminar o en las bicicletas públicas de la ciudad, sólo con el fin de recorrer calles o llegar a eventos a los que nadie nos había invitado, en ocasiones en compañía de alguna de sus compañeras.

Los viernes por la noche se convertían en tertulia bohemia, la terraza al exterior de mi cuarto, era el escenario en donde junto con Bernardo, Conny, Sofy y Zara, las dos compañeras de Rakel, y en ocasiones algunas personas más, se convivía. En esas reuniones de trasnoche se hablaba de política, literatura, historia, futbol, sucesos tontos del día o la semana y se cantaba por igual, muchas veces hasta el amanecer.

Momentos que no han de volver más.                                                                                      

Un sábado caminando en busca de un lugar en donde desayunar, recorrimos una distancia mayor a lo habitual, ya que por lo general lo hacíamos en el mismo barrio, al cruzar la avenida Chapultepec, justo en su cruce con Justo Sierra, por donde circulábamos, el dueño del negocio que se encuentra en ese lugar, le gritaba a un niño que vendía dulces, al parecer le había ensuciado los cristales de sus aparadores, que recién habían limpiado, el niño sólo lo miraba con ojos de miedo, me interpuse entre el gritón y el niño, dando la espalda al enojado, y pregunté al pequeño que había pasado, él sólo atino a señalar con el dedo los cristales empañados porque se había recargado un momento. Rakel no dudo en interpelar al “propietario” por su actitud, y le dijo que, si ese era el problema, ella misma los limpiaría para que dejara de chillar, el gritón sólo dio media vuelta e ingresó a su local. Compramos algunos dulces (que no tomamos) al menor y seguimos nuestro camino.

El resto del día transcurrió sin mayor novedad, cada uno volvimos a nuestras actividades sabatinas. Por la noche nos habían invitado a una exposición, la que terminaría en fiesta en casa de alguno de los expositores, lo habitual, acudimos al evento y después un rato al festejo, que como coincidencia se celebró muy cerca del negocio en donde había sucedido el incidente del menor por la mañana. Emprendimos el regreso a casa alrededor de las 3 a.m. desenfundamos unos bocadillos que habíamos expropiado en la reunión, y comiendo caminamos. Al pasar por un lugar en donde una casona vieja era restaurada, Rakel levanto tres pedazos medianos de concreto o adoquín, no vi bien que era, le pregunté para que los quería, y me contestó, –haré una obra de arte con ellos.

No pregunté más y continuamos la caminata, casualmente elegimos para el regreso la misma calle en que se ubicaba la tienda del gritón, y justo al llegar a su cruce con Chapultepec, Rakel se detuvo y permaneció por un momento observando los escaparates en donde se exhibían vestidos costosos, yo seguía tragando canapés.

En determinado momento, sin casi percatarme del movimiento de Rakel, vi estallar uno de los escaparates y casi de inmediato los otros dos, lo que hizo atragantarme con el bocado de galleta. Ella había reventado los cristales con las piedras recogidas, convirtiéndolos en miles de brillantes estrellas que sonreían en nuestra cara, por un momento quedé inmóvil y maravillado ante el espectáculo, sin atinar el siguiente movimiento.

¡Corre! Me gritó Rakel, y retrocedimos lo caminado, pero ahora corriendo como locos, dimos la vuela a la manzana, como estrategas nomás no servíamos ni uno de los dos, ya que de haber alguien cerca, y querernos atrapar, habría bastado con caminar en línea recta, haciendo escuadra con nuestra huida, recorriendo sólo la cuadra para esperarnos en la esquina contraria, interceptando así nuestra desmesurada carrera cuadrangular, debido a que sólo dimos vuelta a la manzana, de hecho y de haber sucedido, cualquiera habría llegado antes que nosotros yendo incluso a gatas. Afortunadamente para nosotros nadie lo hizo.

Llegamos aun corriendo a mi refugio, entramos y subimos a la azotea terraza, y nos echamos a reír sin parar, estuvimos así por un buen rato, hilarantes y aun alterados por la adrenalina, ¿alguien nos habrá seguido? ¿nos habrán visto entrar a la casa? De la risa pasamos a la intranquilidad de pensar que podríamos causar problemas a mis alojadores, quedamos ahora en silencio por un largo tiempo. Después de no escuchar ni percibir señal alguna de alteración en el silencio nocturno, entré al cuarto por una frazada para cada quien, dos vasos y media botella de whisky que aún tenía del viernes anterior. Pasamos así platicando sentados sobre una pequeña banca de madera, observando las estrellas, que emulaban la explosión de cristales que recién había ocurrido.

Ya cerca del amanecer y después de permanecer en silencio por un rato, Rakel recargo su cabeza en mi hombro y quedó dormida profundamente, la cargué en mis brazos y la llevé a la cama, la arropé y me senté en un viejo Reposet destartalado que más que de mueble, servía como estorbo en la pequeña habitación. Aun permanecí por un momento viendo a través de la cortina de la ventana que tenía en frente, cómo el día se empezaba a iluminar, escuchando la suave respiración de esa chica, sin darme cuenta en que momento, me dormí.

La luz del día sobre mi cara, me hizo despertar, con las persianas de mis ojos a medio subir, vi la silueta de Rakel enmarcada por la luz solar que dejaba ingresar al abrir la cortina, su silueta era en verdad bella, nunca la había visto así, de esa manera, y desvié mi atención, de inmediato percibí el olor a café recién preparado, ella volteo sonriendo me saludo, besó mi mejilla, y sirvió café para los dos, el vapor de la prensa francesa lucia poético, iluminado por los hilos solares, el cuadro lo capturé en la memoria.

Rakel se sentó a mi lado sobre un pequeño taburete, y murmuró –“si sabessis el que em proboques” ­–lo entendí, como entendía varias expresiones catalanas después del tiempo compartido con ella y sus compañeras.

No dije nada, sólo continué viendo a la ventana, y bebiendo café, poco a poco deslicé la mirada, de la ventana al suelo y del suelo a sus rodillas, y entonces le dije – vamos, ya es tarde y tus colegas deben estar preocupadas.

Salimos, caminamos haciendo bromas y diciendo tonterías como de costumbre, cuando escuchamos a una vecina decir a otra, –¿supiste que rompieron los vidrios en la tienda de ropa en la noche? dicen que fue un robo.

Nos volteamos a ver y continuamos el camino, aunque acelerando el paso.

El comentario de los cristales rotos y el robo, que nunca fue, disminuyó con el paso de los días, hasta quedar en el olvido, como pasa siempre, como con todo pasa.

La vida siguió, llegó el tiempo de volver a casa, a Rakel la veía con menos frecuencia, las reuniones de los viernes se hicieron menos frecuentes, y como todo tiempo llega, llegó para ella el tiempo de regresar a su tierra.

Y aunque de esto no ha pasado mucho tiempo, lo siento como algo lejano, que tal vez no ocurrió.

 

…Me cuentan que te marchastes

muy lejos a otra ciudad

aún queda, muncha leña por quemar…


Eduardo Lemus

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miércoles, 19 de enero de 2011

CONVOCATORIA

Ante la indeseable situación bélica desatada por Felipe Calderón y sus esbirros funcionarios y gobernantes de los estados des (unidos) mexicanos, ante la voraz rapiña y la violencia sistematizada en contra de los pueblos primigenios de nuestro país y su cultura. Ante la impunidad y la ingobernabilidad provocada por políticos rapaces, que sólo demuestran su incapacidad para resolver la violencia y despliegan sus huestes contra la población civil creando pánico, ante la falta de sensibilidad y de justicia social hacemos un llamado urgente a los artistas para manifestar creativamente nuestro repudio a esta situación que nos secuestra la vida.

Sumémonos a la campaña de ¡Ya Basta! ¡No + Sangre!


Realicemos: Mantas con poemas, monos, dibujos, pinturas, hagamos grafitis, sténciles, carteles, calcas, participemos de este movimiento.

Este próximo 4 de Febrero a las 6 de la tarde instalaremos toda nuestra creatividad en el Puente de la Normal (Guadalajara, Jal.)


Cualquier duda o más información en: arteurgente@gmail.com
Arte urgente

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"No, a los niños no..."

Marcela Turati


 Con su mano flaca y deforme, parecida a una pinza de cangrejo, el hombre extiende la copia de una carta que dirigió al ejército y firmó con su nombre: “Adán Abel Esparza Parra”.

El autor de la carta, fechada el 14 de abril de 2008, es un ranchero amable de 30 años y habla queda, que ensaya una mueca constante, un simulacro de sonrisa. A mitad de algunas frases guarda silencio, como si su mente trepara precipicios o quizás regresara un año atrás, al 1 de junio de 2007, cuando quedó inútil para el trabajo, mutilado del alma, inhabilitado para la vida.

Esa noche trasladaba a su familia en su pick up: en la cabina, a su lado, iban su esposa Griselda, su hermana Gloria Alicia y la maestra adolescente de sus hijos, Teresa de Jesús Flores Sánchez. Las mujeres llevaban sobre sus piernas a sus hijas Grisel Adanay y Juana Diosnirely, de tres y un año, respectivamente; en la caja viajaban los varones: su hijo mayor, Eduin Yoniel, de siete, y su sobrino menor por un año, José Duvuán, inseparables compañeros de juego.

Ese día le había tocado llevar a su hermana Gloria y a Teresa a un curso de capacitación obligatorio para maestras rurales. De regreso a casa, las luces de las viviendas de La Joya de Martínez se divisaban como foquitos de Navidad. Al salir de una curva se toparon con militares del 24 Regimiento de Caballería Motorizado asignados a recorrer la sierra sinaloense, como miles más que peinan el país en busca de narcos, de armas y de drogas.

“Estábamos a un kilómetro de la casa, cerquitas. No había ni una seña ni un soldado de esos que le hacen a uno el alto”, comenta el ranchero y enseguida guarda silencio, su espíritu migra a ese paraje.

–Y pos’ nos dispararon –completa luego de un rato.

El Adán Abel de aquella noche sintió un balazo en la mano que sostenía el volante. Con la camioneta en movimiento, bajó del vehículo con los brazos en alto y gritó:

–¡No disparen, traigo a mi familia, vienen niños!

Pero recibió un balazo en la otra mano. Ráfagas se incrustaron en la camioneta. Y en su mujer… en su hermana… en sus chiquitas… en su hijo y su sobrino.

–Levantaba las manos para indicarles que no tiraran, les hacía el alto, pues. Los balazos me tumbaban al suelo, me levantaba y me tumbaban –recuerda un año después para esta entrevista.

La camioneta, sin freno, se fue al barranco: quiso detenerla pero no pudo: tenía despojos en lugar de manos. “Yo ya no sabía de mí, vi que la camioneta se iba pero no alcancé a subir ni a frenar ni nada. El carro se fue. No le había puesto parkin a la camioneta en el mismo desespero de decirles que llevaba familia”.

Con la camioneta desbarrancada, él tumbado en el piso, pidió ayuda a los soldados, suplicó que avisaran por celular a su familia, pero nadie lo atendió. Todos estaban ocupados, subían y bajaban la barranca donde se estrelló la camioneta, se asomaban al interior de la cabina, volvían a subir. Estaban como desquiciados. Pedían por radio instrucciones.

–¡Auxilio, ayuda! –gritaba Adán Abel mientras tanto, con la esperanza de que algún vecino lo escuchara. En un golpe de determinación se arrastró al auto y aún no se explica cómo fue que sacó el radio con la boca, lo activó y avisó: “Nos acaban de balear”.

Vio llegar después a sus hermanos, a su mamá y a los vecinos del pequeño rancho que desobedecieron a los soldados que les cerraban el paso. Entre todos sacaron de la camioneta los cadáveres de Griselda y de sus pequeñas Grisel Adanay y Juana Diosnirely. Heridos pero con vida encontraron a Edwin, Juan, Teresa, José Duvuán y Gloria. Los subieron a varios carros. En el lugar quedaron regados los cuadernos escolares forrados con dibujos infantiles.

La gente esperó con los heridos en el campo abierto donde, según los militares, serían recogidos por un helicóptero; era cosa de esperarlo. Estuvieron a la intemperie media hora… una… dos horas… Hasta que se dieron cuenta del engaño. Tras discutir con los militares les arrancaron la autorización de llevar a los heridos por tierra al hospital, a condición de formar un convoy encabezado por vehículos verde olivo que jugaban el macabro juego del pa’lante-pa’tras: los camiones punteros avanzaban a un máximo de 40 kilómetros por hora, luego bloqueaban el camino, si es que no retrocedían.

–¿Qué pasa? –reclamó desesperado Eligio Esparza, hermano menor de Adán.

–Eso merecen por haber atacado a los soldados –recibió por respuesta.

Cada vez que un nuevo vehículo militar se incorporaba al convoy se repetía el ritual de revisar parejo a heridos, muertos y acompañantes, apuntarles con las armas, cortar cartucho si alguien repelaba e interrogarlos sobre la balacera.

Al niño José Duvuán lo despertaron al jalarlo de la camiseta, le esculcaron el cuerpecito, le cortaron el pantalón para verle bien la herida en la nalga.

–Señora, ¿qué pasó? –preguntó un militar recién incorporado a Fabiana Parra, la mamá de Adán y de Gloria, pasajera en esa caravana fúnebre.

–Los militares atacaron.

–No, señora, ¿cómo que los militares? Los militares no hacen eso, está equivocada –repeló su interrogador.

“En vez de pedir ambulancias pedían refuerzos”, agrega en la entrevista doña Fabiana, quien escucha el relato desde el sillón de espaldas al comedor donde Adán Abel narra la tragedia. Aunque había simulado que no escuchaba la repetición de la misma historia no pudo reprimir su indignado comentario.

El trayecto de dos horas duró ocho. La caravana llegó a las cuatro y media de la mañana al cuartel de Badiraguato. A los tripulantes no les autorizaron bajar de los vehículos. Esperaron al amanecer: vivos y muertos recostados juntos. La espera fue una agonía en la que vieron cómo se les iba escurriendo la vida a los heridos que sí habían aguantado el camino.

“Ya amanecimos en el carro junto con los cadáveres. Decían que no nos moviéramos a ningún lado hasta que no nos indicaran. Y ahí estuvimos. Hasta las ocho bajaron los cadáveres”, dice la abuela sin expresión. “Por el tiempo que hicimos en el camino, algunos de ellos, por lo menos dos, hubieran llegado con vida”.

El radiograma Bu345644 en el que el capitán de la misión, Cándido Alday Arriaga, informó sobre los sucesos al comandante de la Novena Zona Militar en Culiacán, señalaba otra versión distinta que indicaba que al acercarse al retén la camioneta en la oscuridad el grupo le marcó el alto para inspeccionarla, pero nunca bajó la velocidad; al contrario, ¡les echaron cinco balazos!

“El personal militar procedió a repeler la agresión disparando sus armas de fuego en contra del citado vehículo y sus tripulantes en repetidas ocasiones –continúa el reporte– y, una vez cesado el fuego, vio una persona herida en el camino, les proporcionaron los primeros auxilios, localizando en las inmediaciones del automóvil un costal al parecer de mariguana.”

Las investigaciones de la CNDH sacaron a la luz otra verdad: los miembros del batallón no sólo dispararon a ciudadanos inocentes y dejaron morir a los sobrevivientes, también los quisieron culpar de su tragedia. Mientras Adán Abel suplicaba tirado en el piso que llamaran a su familia, ellos movían las evidencias para falsear los hechos.

Ocho de los militares que dispararon estaban drogados (siete con mariguana, uno con cocaína y metanfetaminas). Uno no dejaba de reír cuando la gente, angustiada, auxiliaba a las víctimas. Los vecinos los recordaban bebiendo desde temprano al pie de la carretera.

El cabo de sanidad Eladio Pérez Arriaga sí alertó a sus compañeros de que en la pick up viajaban niños, pero fue ignorado. En el hospital de Culiacán, donde fue internado por “estrés agudo con embotamiento emocional subjetivo, reducción en su relación con su entorno y reexperimentación del evento traumático”, en su delirio repetía: “No, a los niños no…”

Fuente: Proceso

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miércoles, 12 de enero de 2011

"Ni una más"

"Sangre mía
sangre de alba
sangre de luna partida
sangre del silencio”

Susana Chávez (1974-2011)

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lunes, 10 de enero de 2011

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