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martes, 9 de agosto de 2011

La marcha

Serendipitia - Diana Martin

Avanzo mirando al suelo, la cinta de asfalto es como una banda sin fin, el adormecedor golpeteo de los pasos multiplicados haciendo torrente, me acoge, me arropa, acompasado murmullo en cuyo arrullo el pensamiento se pierde dentro, en el corazón.
Ahora ya no recuerdo cual fue la primera vez, he caminado ya tanto, por tantas razones, y se ha avanzado tan poco que casi no se nota, pero heme aquí, aun caminando, y el horizonte aun sigue lejos.
Ya han pasado los días de euforia, los tiempos del coraje no contenido, de la rabia en los puños, el poder en la garganta, los días en que el tiempo aun era eterno y todo era para nosotros, tiempos en que el futuro estaba a unos pasos, en la siguiente parada, ahora ya no, no se logra vislumbrar.
Pero hoy, hoy prefiero marchar callado, sin ser percibido de ser posible, sin ser mirado, las voces, los pasos, las consignas, parecen letanía de un ritual largamente desgastado, desvalorizado, que de tanto decir, ya no dice nada, y esa es una causa, entre tantas otras, por las que hoy, prefiero mirar adentro.
Husmeando mis propias ideas, que como estelas de humo, huidizas, naufragan en mi cabeza, me pierdo, me voy sin alejarme hacia otros territorios, los del alma, y es que, la indignación y la voluntad de resistir están intactas, pero, ¿A dónde hemos llegado? ¿Qué hemos conseguido? ¿Cuánto tiempo habrá que continuar? ¿A dónde llevara tanto caminar? Lo ignoro, sé a donde quisiera llegar, pero no más, con el corazón en un puño y los ideales en el horizonte, viendo hacia un sol crepuscular que se retira a dormir después de cada jornada y con sonrisa burlona nos pareciera decir, acá los espero, no demoren tanto en llegar.
Pero el paso cansa y avanzamos cada vez con mayor lentitud, y durante el largo trayecto algunos eslabones de aquella cadena incorruptible, al paso del tiempo, demostraron no ser del mismo material, hay mucho eslabón podrido, que han sido alimento de la herrumbre, que de tantas pulidas para brillar por sobre los demás, ahora no muestran más que la desgracia de su condición frágil y vergonzante.
¿Qué ha pasado a nuestros rostros? antaño soñadores y decididos, y hoy, ajados y endurecidos, pasamontañas de harapos convertidos en coartada, mascaras de payaso, bufonescas siluetas acomodaticias y serviles, el puñal esperando a ser clavado en la espalda, de quien en verdad resiste al predador.
Y sin embargo aquí estoy, caminando, como antes, desde siempre, queriendo llegar a donde el sol, con la rabia anudada en la garganta y una luz en la frente que habrá de iluminar en la oscuridad, del abismo que quizá nos espere, al final del camino que se desmorona, durante esta larga marcha hacia la nada.
Ojala no me noten, ojala no me vean, pero ojala nos escuche. . . alguien, allá en el horizonte.

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