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martes, 23 de febrero de 2010

Los ideales




Los ideales son lo más peligroso para toda forma de poder, por eso deben ser dirigidos adecuadamente.

Los ideales están bien e incluso son loables, siempre y cuando no se intente emprender las acciones necesarias para su consecución.

Hoy el pensamiento es terrorista.

Los ideales son resistencia a la conformidad mayoritaria.

La resistencia es delito, violencia terrorista.

Los ideales son iguales a violencia y por ende se deben ahogar con violencia desde su raíz.

En los medios se preocupan por que no se deslice ni una sola palabra de disensión, fomentan el conocimiento de lo trivial.

Nos hacen tener miedo a nuestras propias ideas, miedo a pensar.

Por todos los medios pretenden que sintamos culpa por pensar, como si de un pecado o delito se tratara.

La exclusión es el peor castigo que aplica la sociedad al disidente.

El mayor miedo, es a la exclusión, al ostracismo a la no pertenencia.

Hoy pensar consiste en decidir entre una u otra película, perfume, atuendo, equipo deportivo o partido político y en los casos extremos en buscar los medios de subsistencia más elemental.

En esta sociedad solo se puede tener como ideal una boda bonita, un empleo rentable, un coche lujoso, las vacaciones en el extranjero, la pareja perfecta. . . Pero nunca otra realidad político-social, otra forma de vida.

Si cuestionas la lógica imperante eres un antisocial, un loco manipulado por intereses oscuros.

Nadie puede desear vivir una vida al margen del mercado en que se cotiza su fuerza laboral como leña para la hoguera.

Contra los rebeldes se pide la fuerza de la ley o la ley de la fuerza que es igual.

A los ideales se les pretende sujetar a las reglas del juego, impuestas y hechas a la medida del poder establecido, reglas que son adaptables solo a las necesidades de este mismo.

Al enfermo de disidencia se le debe recuperar o sacrificar para evitar contagio.

El individuo estará sanado una vez muertos sus ideales.


Eduardo Lemus

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jueves, 18 de febrero de 2010

Vergüenza

El siguiente texto ilustra la situación dentro del marco de la última guerra emprendida por el imperio (liderado por el Premio Nobel de La PAZ), arropado esta vez por la OTAN. Bajo el pretexto en esta ocasión del combate a los Talibanes y con claras señales de limpieza étnica contra los Pastunes. (E.L.)


Carta abierta del enfermero jefe del hospital de Emergency en Laskargah



Matteo Dell’Aira





Vergüenza.

Es lo que sentimos todos aquí en el hospital del Emergency en Lashkargah, Afganistán, tras el comienzo de la enésima "gran operación militar", que siempre es la más grande...

Un profundo sentido de vergüenza por lo que la guerra, cualquier guerra, provoca. Destrucción, muertos, heridos. Sangre, trozos de carne humana. Gritos feroces y desesperados. No provoca nada más.

Sin embargo, hay quien sigue pensando que es una buena manera de exportar "paz y democracia".

De hecho, a Said Rahman, conocido "insurgente" de la zona, fue paz lo que le llevaron, pero paz eterna. Le hirieron con un proyectil en pleno pecho, a primera hora de la mañana, mientras estaba en su jardín.

No estaba patrullando la zona, no estaba combatiendo, no estaba mirando a nadie.

Ni siquiera vio de dónde le llegaba el proyectil que tiene todavía en el cuerpo y que le ha perforado el pulmón derecho. Sólo sintió como una gran quemadura y luego se desmayó de dolor.

Lo trajeron en helicóptero hasta Lashkargah los mismos helicópteros que antes habían disparado, luego lo condujeron en ambulancia hasta nuestro centro quirúrgico para víctimas civiles de la guerra. Estaba bastante inestable, pero tenía un nuevo osito de peluche, recién estrenado, regalo de la democracia.

Parecía que tuviera una joroba, de toda la sangre que se le había acumulado en la espalda.

Fue operado inmediatamente, se le pusieron dos drenajes torácicos casi más grandes que él.

Y es que el conocido "insurgente" tiene siete años.

Siete.

Esta es la "gran operación militar". La más grande.

Qué vergüenza.



Matteo Dell'Aira es enfermero jefe del hospital de Emergency en Lashkargah, Helmand.
Fuente: http://it.peacereporter.net/articolo/20260/Vergogna

Tomado de: http://www.rebelion.org
Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti

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miércoles, 10 de febrero de 2010

Los fantasmas


La noche empieza y el cansancio del día que termina pesa como lápida sobre la espalda, se acumula sobre ella la necesidad y la carencia, los anhelos y las desilusiones, Los sueños muertos reviven y los que aun viven desfallecen de desesperanza, un desfile de fantasmas se presenta ante mí, son mis errores y mis proyectos, la fe perdida y mis convicciones.


Y me estremezco de desconsuelo.


Los fantasmas, me gritan cosas que yo no entiendo, me hostigan, me hacen reclamos, e intento no hacerles caso, ignorarlos de plano, pero insisten, me acorralan, la habitación ante esto se encoje y el aire se vuelve irrespirable.


Tomo la calle en franca huida, tratando en vano de estar a solas y descansar, pero ese ejercito de sombras pálidas y transparentes no parecen claudicar, la noche en calma es como un velo que me ha ocultado de los demás, y sin embargo sigo mi huida del tumulto de susurros que no logro descifrar, punzantes voces que taladran mis oídos, con voz imperativa me gritan cosas, cosas confusas y desespero, esfuerzo inútil de razonar. Camino calles oscuras, calles pobladas de soledad, y entre la luz ocre de la ciudad tenues siluetas se dibujan cruzando como breve aparición en la grieta de la sepia claridad, pero sus rostros, esos rostros, con espanto tatuado, espanto de caer en el abismo, la mirada hostil y el movimiento huraño, ahora los observo y me doy cuenta que son iguales a mis fantasmas, son también ellos un reclamo, una punzante advertencia, una realidad grotesca que me acecha en las esquinas, en los rincones, y por más que quiero evadir su presencia lacerante, no lo logro, me siento solo, amenazado, observado con desprecio, seres tristes sin mañana sin pasado sin presente, sombras, siluetas, espacios vacios en el arroyo de concreto. Así camino calles arriba, calles abajo, calles y calles, buscando ávido el cansancio, aquel que me pueda transportar al estado inconsciente que repara los laberintos neuronales, y al fin exhausto de huir, la lápida me vence, así es que cuando logro pescar el sueño, regreso a mi habitación ahora baldía, los fantasmas ya no están, se han ido, apenas y los puedo recordar, tiro mi cuerpo sobre la cama, cierro los ojos pero otro día ya ha empezado a despertar.



Eduardo Lemus

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martes, 2 de febrero de 2010

Edgardo Badial


Con sus pinceles al hombro o bajo el brazo o en la bolsa trasera del pantalón -como sea-, esos pinceles, herramientas punzantes que como bisturís a cada trazo abren la grieta por la que se asoma un pedazo de su mundo interno, dándole paso para fundirse con la realidad que nos envuelve, creando con ello el retrato de su muy particular visión del mundo, para hacernos partícipes de sus anhelos, de sus angustias, de su dolor, sin restricciones, Edgardo Badial camina.


Para Edgar Badial el mundo es como un enorme circo, un mundo turbio e hipócrita en que las máscaras convencionales ocultan tras de sí, la cara poco agradable que produce la realidad en que vivimos, la vida diaria pues, esa vida que no podemos esconder de nosotros mismos como basura bajo la alfombra, porque es en parte, nuestra propia obra, la que construimos cada quien ayudados por nuestras limitaciones, muchas de ellas impuestas por el entorno que nos tocó habitar como inquilinos forzados a ocupar un espacio insalubre, por carecer de recursos que nos permitan pagar otra realidad con mejor cara.


Y en ese circo global, en que se aplaude a quien en realidad nos está estafando con su escaso talento, riendo de los malos chistes de quien maneja el espectáculo, marcando el tiempo y ritmo de nuestros aplausos y gesticulaciones. En ese bizarro show, somos el conejo dentro del sombrero y el espectador estupefacto ovacionando nuestra propia muerte, a la vez.


La obra pictórica de Badial, no es imparcial ni apacible, es realmente combativa, sus cuadros desde el limitado espacio de la pared de donde emergen, nos observan y cuestionan, nos espetan, arrojando a nuestra cara esa otra realidad sin maquillaje, esa en que la muerte y el dolor son la constante. Y nos observa con la mirada de un payaso de risa irónica y burlona, desde las letras póstumas del suicida, desde las entrañas mismas expuestas al escrutinio de los paseantes, nos advierte con impaciencia de alarido, del engaño a que estamos sometidos en un mundo mediatizado, en donde las contradicciones se desvanecen con sutiles pinceladas de normalidad, y a esto precisamente, el responde con sus trazos oscuros, bruscos, agresivos, buscando con ello desprender el velo opaco de ese mundo de ficción en que se nos quiere hacer vivir, usando el arte como vehículo de resistencia y solidaridad con el verdadero ser humano, el que construye la vida diaria con su aflicción.


El arte, se dice, es espejo del espíritu, y en él nos reflejamos.


Y en este caso, es la puerta que el artista deja entreabierta para dar salida a las criaturas cautivas que habitan en su interior. Para así, librar la batalla pendiente con la bestia omnipresente, que nos devora a cada momento. Es el vehículo para vencer el miedo, y destripar al enemigo.



Eduardo Lemus

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