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sábado, 17 de julio de 2010

Cuando en la noche (el gallo cantaba)



Llegaba la noche como cada día.
A la orilla del caserío, sentados, compartiendo visiones de un futuro, que claramente no esperábamos, ninguno.
Y aunque de noche, el gallo cantaba, rolaba, la pequeña luz de su mirada nos alumbraba por instantes intermitentes, luciérnaga ebria en la oscuridad.
Y ahí, en la penumbra, viendo florecer poco a poco, el enorme jardín de luces de la ciudad que parecía ser otra, con promesa de mañana, el cansancio de la jornada soñaba y evadía su realidad.
“Antes de las guerras podían regresar”, Eskorbuto a la palabra, “volver a sus casas volver a empezar”, gritaba, y con Eskorbuto nosotros, pero en silencio, imaginando que la vida podía cambiar con la mera actitud, y creíamos sin creer, que nuestra presencia era, como una llamada de atención, una voz de alarma que podía hacer pensar y detectar el error, y así seguíamos, callados, con la convicción de que así callados, era como gritar, y el hartazgo se marcharía, “una vida nueva, todo quedo atrás, una vida nueva, todo quedo atrás”, y el ruido también callaba. “Lalalarara, lara,laralara”.
Los ojos achicando el horizonte, preferían mirar adentro, de cada quien, de cada uno, la realidad que vivíamos no podía ser siempre así, solo había que esperar el momento oportuno, la puerta abierta para entrar, solo era cuestión de estar alerta, -no podía ser siempre así-.
Pero la noche crecía, y con ella la soledad y el silencio también, pero nosotros éramos irreductibles, y el frio nocturno y el silencio de soledad no nos podrían vencer.
Pero en la noche seguimos.
Aun hoy.
Ya nunca más vimos amanecer.
Y esperamos, sin esperar.



Eduardo Lemus

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